Carmen nos abre la puerta y ya está sonriendo. Debía haber empezado a sonreír mucho antes de que hiciéramos sonar el timbre porque es físicamente imposible improvisar en unos segundos una sonrisa tan sincera y natural . "¿Eres Javier?", pregunta Carmen. "No", responde mi compañero. "Debes ser tú entonces" y soy yo quien le da dos besos.
El hogar de Carmen es acogedor. Te proyecta esa sensación confusa de extraña familiaridad. Como si pudieras imaginarte viviendo allí e incluso habiendo vivido; como si hubieras estado ya sin haber estado nunca. Quizás no es el sitio, quizás soy yo acostumbrándome cada vez más a meterme en las casas ajenas... Y en medio de esa comodidad, medio cedida, medio apropiada, Carmen empieza a jugar con dos niños de Bielorrusia que acoge estos días en su casa. La cámara les está grabando ya.
"¿Cuál fue la primera satisfacción, egoístamente hablando, que te aportó acoger chicos que vienen de la zona de Chernobyl?". Carmen tiene sus manos cogiendo las manos de los dos niños de Bielorrusia y recuerda a una tercera.... la primera niña que acogió hace ahora diez años: "La primera noche la arropé, le di un beso y las buenas noches. La segunda noche la arropé, le di un beso... y ella me dijo te quiero, Carmen". Y Carmen sonríe con esa sonrisa tan natural y tan sincera que no puede estar preparada ni improvisada... que debe llevar años adornando su casa.
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