jueves, 21 de julio de 2011

Juan y el desahucio de El Coronil

Juan detrás de una ventana, atrincherado en su  casa, como un espectador más de su propia tragedia observa... Hay más de cien personas tapando la entrada de su casa en El Coronil, hay cadenas en el patio donde ayer jugaban sus hijos y en la puerta un cartel pidiendo justicia. Pero sabe que hoy no es el día, que no habrá final feliz para su noticia; sabe que ya ha perdido la casa y que hoy es el día en el que se la quitan.

Tres avisos de la Guardia Civil y al tercero comienza el desalojo. Uno a uno se llevan a todos los amigos de Juan, a los conocidos y a los que no había visto en su vida. Todos los que han venido a ayudar poco a poco van saliendo del tablero para mirar detrás de la barrera como fichas eliminadas de ajedrez.

No hay un mal gesto de la gente, pacífica, ejemplar...  Apenas se oyen insultos y si los hay la masa los acalla. Saben que su enemigo no cumple órdenes, su enemigo es el que las da. Tampoco hay malos modos en el desalojo. No hay una sola porra fuera del cinturón.  La táctica es lenta y sencilla. Dos agentes por cada ciudadano. A veces se levantan solos, a veces hay que levantarlos. Si aún así no lo consiguen se cambia de agentes rápidamente. La fórmula es curiosa y meditada: evitar enfrentamientos personales... como un entrenador de fútbol que cambia de posición al defensa obcecado con un delantero.


Nadie quiere una batalla y mucho menos Juan que sigue observando como el desalojo avanza. Primero la calle, luego el patio y al final la puerta de su casa por donde sale en volandas y entre aplausos. Otro desahucio, otra casa vaciada para que no viva nadie más que el espíritu de un banco... porque nadie en El Coronil piensa comprar una casa que ya tiene dueño.

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