Como un día más llegó a su casa, abrió el buzón y de golpe debía seiscientos euros a la compañía telefónica. En su factura había un largo listado de llamadas a videntes y líneas eróticas y, por más que quiso, Remedios no pudo evitar sospechar de su marido y de sus hijos...así que se calló.
Y así Felisa y Remedios pasaron seis meses de silencios vergonzosos y de quejas a la compañía y no eran las únicas. Sin ni siquiera descolgar el teléfono, medio barrio había estado llamando a videntes y líneas eróticas, incluso la pobre viuda Concha que se quejaba, con razón, de una farsa tan deshonrosa. Solo una calle pequeña y peatonal de este humilde vecindario de Aljaraque permanecía ajena a la estafa y en ella vivía la estafadora.
Al final la rabia de unos y la vergüenza de otros terminaron cruzándose por la calle. Y así, casi medio año después, el barrio descubrió que fue F., esa vecina, madre y esposa normal y corriente, la que había desarrollado un plan propio del más brillante ingeniero de Telecomunicaciones... para al final cometer el más torpe de los errores. Entre tantos 806, también llamó a su familia.
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